Historia de los secuestros de Corea del Norte

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Era el 5 de noviembre de 1977, Niigata, Japón: una tarde de noviembre cuando Megumi Yokota abandonó su último entrenamiento de bádminton. Vientos fuertes enfriaban el puerto pesquero de Niigata, y el mar gris rugía en su orilla. Su casa solo estaba a siete minutos a pie. Megumi, de 13 años, con su mochila y su raqueta de bádminton, se despidió de dos amigos a 240 metros de la puerta de sus padres. Pero nunca llegó. 

Sakie Yokota, madre de Megumi, al ver que su hija no regresaba, entró en pánico. Corrió al gimnasio de la escuela secundaria Yorii, esperando encontrarla en el camino. El vigilante nocturno de la escuela le informó que la vió marcharse hace horas. Acudió entonces a la policía. 

Perros rastreadores, linternas... la polícia enseguida se puso en marcha. Recorrieron un pinar cercano llamando a Megumi. Sakie corrió por la carretera hacia la playa, observando frenéticamente cada coche aparcado cerca. Tenía sentido buscar allí, pues era de los lugares favoritos de Megumi. En el Mar de Japón, fuera de la vista de Sakie, un barco tripulado por agentes norcoreanos avanzaba a toda velocidad hacia la Península de Corea con una colegiala aterrorizada encerrada en la bodega. No dejaron ninguna prueba ni un solo testigo. 

Megumi

El crimen fue tan extraño que pocos lo imaginarían, y mucho menos lo resolverían. Pero con el paso de los años, quedó claro que Megumi no fue la única víctima. El gobierno japonés afirma que, desde 1977 hasta al menos 1983, agentes norcoreanos secuestraron a 17 ciudadanos japoneses. Algunos analistas creen que la cifra real podría superar los 100. Muchos desaparecidos esos años se quedaron sin resolver, y se cree que es ese el motivo.

¿Por qué haría eso Corea del Norte? Algunas de las víctimas fueron secuestradas para enseñar lengua y cultura japonesa en escuelas de espionaje norcoreanas. Víctimas mayores también fueron secuestradas con el propósito de obtener sus identidades. Y se especula que las mujeres japonesas fueron secuestradas para convertirlas en esposas de un grupo de terroristas japoneses con base en Corea del Norte pertenecientes al grupo terrorista Yodo-go.

Durante el año posterior a la desaparición de Megumi, la policía dedicó 3.000 días de trabajo a la búsqueda. Sospechaban de la teoría del secuestro norcoreano. Una unidad antisecuestro ocupó la casa de Yokota y las lanchas patrulleras surcaban el mar. La investigación resultó en vacío. El padre de Megumi, Shigeru, paseaba por la arena todas las mañanas. Sakie lloraba cuando estaba sola, con la esperanza de que los hermanos de Megumi, gemelos de nueve años, no la oyeran. 

Un espía norcoreano que desertó al Sur en 1993 le contó a Seúl con detalle sobre una mujer japonesa secuestrada que coincidía con su descripción. Dijo que uno de sus secuestradores, un importante jefe de espionaje, le había contado su historia en 1988. Según él, el secuestro fue un error imprevisto. Nadie pretendía llevarse a una niña. Dos agentes, al finalizar una misión de espionaje en Niigata, esperaban en la playa una lancha de recogida cuando se dieron cuenta de que los habían visto desde la carretera. Temiendo ser descubiertos, agarraron a Megumi. Megumi era alta para su edad, y en la oscuridad no pudieron distinguir que era una niña. 

Llegó a Corea del Norte tras 40 horas encerrada en un almacén a oscuras, dijo, con las uñas desgarradas y ensangrentadas por intentar salir a zarpazos. Los agentes que la secuestraron fueron reprendidos por su falta de criterio. Era demasiado joven y Megumi lloraba por su madre y se negaba a comer, lo que ponía nerviosos a sus cuidadores. Para tranquilizarla, le prometieron que si trabajaba duro y aprendía coreano con fluidez, podría volver a casa. Era una mentira. En cambio, Corea del Norte obligaría a Megumi a trabajar como instructora de espías, enseñándole japonés y comportamiento en una escuela de espionaje de élite. 

El futuro líder de Corea del Norte, Kim Jong-il, entonces jefe de los servicios de inteligencia, quería ampliar su programa de espionaje. Las playas de Japón estaban llenas de gente común, propensa al secuestro, que no tendría ninguna oportunidad contra agentes altamente entrenados. 

Los padres de Megumi, en un viaje a Estados Unidos

En los pueblos costeros, a finales de la década de 1970, los rumores flotaban. Los lugareños hablaban de extrañas señales de radio y luces provenientes de barcos desconocidos, o de paquetes de cigarrillos coreanos tirados en la orilla. En agosto de 1978, una pareja que estaba teniendo una cita en la playa en la prefectura de Toyama fue amordazada, encapuchada y esposada por cuatro hombres que hablaban un japonés extrañamente formal y con un acento peculiar. Los abandonaron apresuradamente cuando un paseador de perros pasó por allí y el perro ladró, asustando a sus atacantes. Otros tuvieron menos suerte. 

El 7 de enero de 1980, el periódico japonés Sankei Shimbun se hizo eco. Pero fue necesario un terrorista convicto para finalmente confirmar el vínculo con Corea del Norte. Kim Hyun-hui había matado a 115 personas al ayudar a introducir una bomba en un avión de pasajeros surcoreano en 1987. Ante la posibilidad de ser condenada a muerte en Seúl, testificó que era una agente norcoreana que actuaba bajo órdenes del Estado. Afirmó que había aprendido el idioma y el comportamiento japonés para poder trabajar de forma encubierta. Su profesora, según contó, fue una japonesa secuestrada con la que convivió durante casi dos años. 

El testimonio fue convincente. Pero el gobierno japonés no reconoció oficialmente que Corea del Norte estaba secuestrando personas. Ambos países tenían un historial hostil y carecían de relaciones diplomáticas. Era más fácil ignorar las pruebas. Cuando los negociadores japoneses intentaron plantear la cuestión en privado, Corea del Norte negó airadamente la existencia de secuestrados y dio por terminadas las conversaciones. Fue en 1997, 20 años después de la desaparición de Megumi, cuando Pyongyang finalmente accedió a investigar. 

Un funcionario japonés llamado Tatsukichi Hyomoto, secretario personal de un diputado, había contactado a los Yokota de improviso. Llevaba una década investigando secuestros cometidos por Pyongyang y quería reunirse con ellos cuanto antes. Junto con la profunda conmoción, una esperanza loca resurgió en los corazones de la familia. El gobierno japonés creía que Megumi estaba viva. 

Los Yokota hicieron pública la historia del secuestro. Les aterraba que Corea del Norte matara a Megumi para encubrir lo sucedido, pero su padre argumentó que el caso se trataría como un rumor a menos que se revelara su nombre. Tuvieron que difundir la noticia por todo Japón y pedir ayuda al país. La familia apareció en televisión en horario de máxima audiencia. Se plantearon interrogantes en el parlamento. En mayo, el gobierno confirmó públicamente que Megumi no era un caso aislado: había más personas como los Yokota, que sufrían por sus hijas, hijos, hermanas, hermanos y madres secuestrados. Siete de estas familias formaron un grupo de apoyo para exigir el rescate de sus seres queridos: la Asociación de Familias de Víctimas Secuestradas por Corea del Norte. 

Los jefes de Japón y Corea del Norte

Los secuestros parecían oportunistas, pero pronto surgieron patrones. La mayoría de las víctimas eran jóvenes de veintitantos años. Playas de todo Japón se habían convertido en escenarios de crímenes. El 12 de agosto de 1978, nueve meses después de la desaparición de Megumi, Rumiko Masumoto, una oficinista de 24 años, fue a ver el atardecer con su novio, Shuichi Ishikawa, de 23, en una playa de la prefectura de Kagoshima. Cuando Rumiko desapareció, la policía encontró su coche cerrado cerca de la playa. Su cartera y su carnet de conducir aún estaban dentro. Otra sospecha de secuestro norcoreana.

Varios políticos japoneses creyeron que las acusaciones eran desinformación surcoreana difundida para desacreditar a Corea del Norte. Durante un tiempo esto pasó a ser una especie de leyenda urbana. Pero a medida que las familias elaboraban peticiones, llenaban las ondas de radio y presionaban al gobierno, la verdad iba ganando peso Cinco años después, en Corea del Norte, la situación se detendría ante el propio Kim Jong-il.

El primer ministro Junichiro Koizumi había viajado para hablar sobre la normalización de las relaciones entre Japón y Corea del Norte. Media hora antes de la reunión, apareció la lista de nombres: Corea del Norte admitió el secuestro de 13 ciudadanos japoneses. Pero solo cinco estaban vivos. Kim Jong-il exigió ayuda alimentaria e inversiones, así como una disculpa por los 35 años de colonización japonesa de Corea, para cooperar. Japón quería detalles de cada ciudadano secuestrado por los espías de Pyongyang. 

Las causas de muerte de los secuestrados incluyeron ahogamiento, asfixia por los humos de una estufa de carbón averiada, un infarto en una mujer de 27 años y dos accidentes de tráfico en un país donde los particulares rara vez poseen coche. Pyongyang afirmó que no podía proporcionar sus restos, ya que las inundaciones habían arrasado casi todas sus tumbas. Koizumi estaba horrorizado. 

Al debatir su situación en una antesala, el portavoz adjunto del gabinete, Shinzo Abe, que se convertiría en el primer ministro japonés con más años en el cargo en el futuro, instó a Koizumi a no firmar la declaración comprometiéndose a iniciar conversaciones de normalización a menos que Pyongyang se disculpara formalmente por los secuestros.

Inesperadamente Kim Jong-il se disculpó. El dictador de Pyongyang afirmó que los secuestros tenían como objetivo proporcionar a sus espías profesores japoneses nativos e identidades falsas para misiones en Corea del Sur. Algunas víctimas fueron secuestradas en playas, sí, y otras fueron secuestradas tras estudiar o viajar por Europa. Condenó los secuestros. Habló de Megumi, la secuestrada más joven por muchos años, y dijo que sus secuestradores habían sido juzgados y declarados culpables en 1998. Uno fue ejecutado y el otro murió durante una condena de 15 años.También dijo que no permitiría que volviera a suceder algo así y Koizumi firmó la Declaración de Pyongyang. Cinco vivos, ocho declarados muertos. 

Retratos de algunos secuestrados

Lamentablemente Megumi Yokota se ahorcó en un bosque de pinos el 13 de abril de 1994, en los terrenos de un hospital psiquiátrico de Pyongyang donde estaba siendo tratada por depresión, según Corea. Inicialmente afirmaron que había fallecido el 13 de marzo de 1993, antes de declarar que se trataba de un error. Como prueba, Pyongyang presentó lo que afirmó ser un "registro de defunciones" de un hospital. Se trataba de un formulario con la leyenda "Registro de Entrada y Salida de Pacientes del Hospital" en el reverso. Sin embargo, "Entrada y Salida del Hospital" había sido tachado varias veces y en su lugar se había escrito la palabra "Muerte". Japón informó a Corea del Norte que el documento le parecía altamente sospechoso. 

Otra mujer japonesa secuestrada, Fukie Chimura, dijo más tarde que Megumi se había mudado a la casa contigua a la de ella y su marido en Corea del Norte en junio de 1994, dos meses después de la supuesta muerte de Megumi, y vivió allí durante varios meses. La familia Yokota no cree que Megumi se haya suicidado. Aún así, a Sakie le resultan escalofriantes los detalles de la historia de Pyongyang. Dos años después de declarar muerta a Megumi, Pyongyang entregó lo que afirmó eran sus cenizas. Llegaron en el 27 aniversario de su secuestro y se realizaron pruebas de ADN. Las muestras no coincidían. El científico que analizó las cenizas afirmaría posteriormente que podrían haber estado contaminadas, lo que hizo que el resultado no fuera concluyente. Pero Corea del Norte tenía experiencia en proporcionar restos dudosos. Ya habían enviado huesos que, según afirmaba, pertenecían a otro secuestrado, un hombre que, según afirmaba, había fallecido a los 42 años. Entre ellos se encontraba un fragmento de mandíbula que, según un odontólogo, pertenecía a una mujer de unos sesenta años. 

El 15 de octubre de 2002, los cinco secuestrados que, según Corea del Norte, estaban vivos, aterrizaron en el aeropuerto Haneda de Tokio. Pyongyang había acordado que los cinco podrían visitar Japón durante una semana o diez días. El gobierno japonés, sin embargo, declaró que nunca volverían a poner un pie en Corea del Norte. El estado norcoreano alegó que esto era una violación del acuerdo y se negó a continuar las conversaciones.


En una entrevista con la policía japonesa, Yasushi Chimura y Kaoru Hasuike, dos de los secuestrados a quienes se les permitió regresar a Japón, identificaron a dos de sus secuestradores como Sin Gwang-su (también conocido como Sin Kwang-su) y un hombre conocido como "Pak". La Agencia Nacional de Policía ha solicitado la detención de Sin Gwang-su y Choi Sung-chol por los secuestros de ciudadanos japoneses. Según informes, Sin declaró a la policía de Corea del Sur que Kim Jong Il le había ordenado personalmente que llevara a cabo los secuestros.

Aunque al final hubo 17 japoneses secuestrados "confirmados" por el gobierno norcoreano, se cree que hay muchísimos más en Corea del Norte: más de cien. En 2014, Corea del Norte accedió a abrir una investigación sobre el destino de los ocho secuestrados reconocidos que no ha devuelto, a pesar de haberlos declarado muertos. Esta se prolongó hasta 2016 y luego se canceló debido a una disputa sobre las sanciones por ensayos nucleares. 

La madre de Megumi dejó una carta para ella, en caso de que algún día volviera. "Querida Megumi, seguiré luchando para traerte de vuelta a casa, junto a mí, tu padre y tus hermanos Takuya y Tatsuya. Mi determinación se mantiene inquebrantable, incluso a mis 84 años. Así que, por favor, cuídate y nunca pierdas la esperanza."

Hay testimonios de que varias otras personas han sido secuestradas, entre ellas dos chinos, dos holandeses, tres franceses, tres italianos, un jordano, cuatro malasios y un singapurense. También hay alguna evidencia que sugiere que un ciudadano estadounidense desaparecido, David Louis Sneddon, fue secuestrado mientras viajaba por China en 2004 por agentes norcoreanos y llevado a algún lugar a las afueras de Pyongyang para ser el tutor personal de inglés del mismísimo Kim Jong Un.

Pasemos a Sneddon, que desapareció cuando realizaba una caminata por la provincia de Yunnan, en el sur de China. Los reportes policiales de aquel país señalaron que Sneddon murió al caer en el río Jinsha, el 14 de agosto de 2004. Sin embargo, el cuerpo del joven estadounidense de 24 años jamás fue encontrado. Los padres del universitario nunca reconocieron la muerte de su hijo y, desde su desaparición, acumulan pistas que puedan dar con su paradero. 

Sneddon

El caso no llegó a ninguna parte hasta que los padres de David recibieron una llamada telefónica de un hombre en Corea del Sur que dijo que había oído hablar de un hombre que coincidía con la descripción de su hijo y que vivía en Pyongyang. Los medios de comunicación japoneses señalaron que el estudiante fue secuestrado en China y convertido en profesor de inglés del entonces hijo del jefe de Estado norcoreano, Kim Jong-un. No se trataría del primer estadounidense que ha sido retenido en aquel país. 

La información que medios japoneses divulgaron en las últimas horas, atribuida a fuentes no identificadas, udentifican que además ya estaría casado allí. Los padres del joven creen que el motivo del presunto secuestro fue motivado por su dominio del coreano, que aprendió en una estadía anterior en Corea del Sur. El viaje del estadounidense fue para mejorar su manejo del idioma chino mandarín. Su manejo fluido de aquellos idiomas es otro indicio que hace creer que el paradero de Sneddon sea Corea del Norte. 

El Comité por los Derechos Humanos en Corea Del Norte sostiene que entre los "objetivos" de los secuestradores se encuentran lingüistas que manejan precisamente el inglés, coreano y el chino. Y aunque Corea del Norte niega su implicación en la desaparición de Sneddon, los sitios de noticias locales dicen que Sneddon está casado con Kim Eun Hye, con quien tiene dos hijos, y se hace llamar Yoon Bong Soo.

Otro secuestro peculiar y reconocido es el del surcoreano Shin Sang-ok, del que hablaré en otra entrada próximamente.


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